Al principio, todos parecíamos iguales, pero desde algún tiempo, empezamos a vernos diferentes. El Sr. Zelkova dijo que el retoño a mi lado era un arce.
—Vaya, ¿cómo lo sabe con tan solo mirar sus hojas?
—Cualquiera puede decirlo inmediatamente. Sus hojas son hojas de arce. Estas crecen cada vez más gruesas y llenan de color el bosque otoñal. Si sigue creciendo, todos querrán venir a verlo.
Desde que aprendí la función de los arces de parte del Sr. Zelkova, empecé a pensar en mí: “¿Qué voy a ser cuando crezca? ¿Cuál será mi función?”.
No solo el arce, sino todos los demás amigos empezaron a tener uno tras otro su propio nombre. Me enteré de que el sauce nació con la misión de ser un lugar de refugio para los animales tendiendo su elegante cabello, y que el ginkgo y el arce crearían un pintoresco bosque otoñal. También aprendí sobre la rosa, que es la flor de las flores sin necesidad de explicaciones, y del bálsamo que llevaría muchas semillas en otoño, y también del membrillo que pronto tendría muchos frutos fragantes. No solo esos árboles y flores tenían sus propios nombres; incluso las pequeñas plantas que no se veían muy significativas tenían nombre, como el helecho, la bolsa de pastor, el trébol, el diente de león, etc. Yo era el único que no tenía nombre.
—¿Y yo? ¿Cuál es mi nombre?
Sentía que sabría para qué había nacido si conocía mi nombre. Una vez que supiera para qué había nacido, también entendería la razón de mi existencia.
—¿Sabe cuál es mi nombre?
—Bueno, no estoy seguro. Lo sabrás cuando crezcas un poco más.
Ni siquiera el Sr. Pino, que ha estado aquí durante decenas de años, sabía mi nombre. Incluso pensé que quizá no quería que yo supiera quién era.
No había nada especial en mí. Ni siquiera tenía un brote de flor. Todo lo que tenía era un tallo delgado y algunas hojas comunes y corrientes. Un día, pasé toda la noche emocionado creyendo que tenía una flor, pero un gorrión me dijo que solo era un diente de león soplado por el viento que estaba reposando en mi tallo. Mi rostro ardió como si hubiera un incendio en el bosque.
Un día, oí decir que las patatas que vivían en una aldea en lo profundo de la montaña habían llevado fruto bajo el suelo.
—¡Quizá soy una patata!
Por más que intentaba sentir si había algo bajo el suelo, no sentía nada allí abajo. Aunque fue duro aceptarlo, finalmente reconocí el hecho de que era una planta silvestre sin nombre.
Mi desilusión fue peor que el sol abrasador. Penetró en mi corazón más pesadamente que la intensa lluvia y más fuerte que la tormenta. Cuando los miembros del bosque me trataban bien, sentía que me tenían lástima; y cuando me trataban de una manera que no me gustaba, sentía que me despreciaban. Fue un verano horrible.
Pero ahora estoy bien. La noche que la última tormenta de verano estremeció todo el bosque, lloré a mares, esperando que nadie me escuchara porque la tormenta hacía mucho ruido, así que me sentí mejor cuando saqué el dolor de mi pecho que había guardado sin decirlo a nadie. Entonces recordé lo que la Sra. Nube me dijo una vez:
—Cada vida es preciosa, porque Dios ama y aprecia a todos.
—Correcto. No importa si tengo nombre o no. Todavía soy miembro del bosque pensé.
Tras pasar ese verano lleno de acontecimientos, por alguna razón crecí muy alto.
—Si mi misión es ser una planta silvestre sin nombre, entonces seré una significativa planta silvestre sin nombre —decidí.
Si podía dar siquiera una pequeña ayuda a alguien, sería hermoso aunque a nadie le importara.
Desde entonces, traté de ser paciente cuando la rosa me pinchaba con sus espinas y el escarabajo me pellizcaba. Trataba de inhalar la mayor cantidad posible de dióxido de carbono, creyendo que podía ser significativo si alguien podía respirar el oxígeno que creaba y sentirse fresco. Estaba feliz de ser una planta que silenciosamente mantuviera seguro este bosque.
Sopla un viento fresco de nuevo. Ahora el otoño está avanzado. Lo sé porque el ginkgo y el arce se han vuelto coloridos. El membrillo, que llevará sus primeros frutos en cinco o seis años, mira con envidia al roble que tiene muchas bellotas en la punta de sus ramas.
—Papá, ¿ya llegamos?
—¡Solo un poco más! ¡Oh! Mira esto. ¡Qué hermoso sendero!
Como dijo el Sr. Zelkova, cuando llega el otoño la gente comienza a venir para observar el bosque incluso desde lejos. Me emociona ver a las personas admirar nuestro bosque, porque también soy parte de él.
—Daniel, mira este pequeño arce. ¡Es lindo como tú!
—¡Mamá, quiero tomarme una fotografía aquí!
El niño y su madre posan cerca del arce con una sonrisa. Gracias al arce, también estaré en la fotografía.
—Cariño, esta vez permíteme fotografiarlos juntos a ti y a Daniel.
—¡Claro!
En esta ocasión, el papá y el niño se acercan al arce.
—¡Espera! ¡Cariño, ven y mira esto!
—¿Qué es?
—Mira. Es una preciosa hierba medicinal.
Luego empezó a tocar mis hojas.
—¿Una hierba medicinal? —me pregunté.
—¡Sí, tienes razón! ¿Lo recuerdas? Cuando tu padre estaba enfermo, le dimos el jugo de esta hierba. No había visto una durante mucho tiempo.
—Papá, ¿conoce esta planta?
—Por supuesto que sí. Tu abuelo mejoró su salud gracias a esta hierba medicinal. Tiene un efecto anticancerígeno, y también purifica la sangre. Es una hierba medicinal muy buena.
—Papá, ¿entonces quiere llevarse esta planta a casa?
—¡Ja, ja, ja! No, tiene que crecer un poco más. Creo que todavía es pequeña, pero sus hojas son muy verdes y fuertes, así que creo que se convertirá en una hierba medicinal muy buena en los próximos años.
—¡Oh! Entonces solo la miraré. Más tarde, alguien que la necesite podrá usarla, como hizo el abuelo.
—¡Oh, ahora eres un niño grande! ¡Ja, ja, ja!
Sus alegres risas desaparecen. ¿Pueden escuchar? Mi corazón palpita tan fuerte como el día que pensé en mi sueño.
¡Pensaba que era una planta silvestre sin nombre, pero era una hierba medicinal, y todavía sigo desarrollándome! Continuaré creciendo hasta salvar la vida de alguien después que pasen muchos veranos e inviernos.