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Adicción
20.10.15
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Bebo dos o tres tazas de café al día.
Sabía que tomar demasiado café podría ser perjudicial para mi salud, pero no era fácil dejar mi viejo hábito.
En realidad, no sentí que mi salud empeoraría por beber café.
Un día, de repente sentí un severo dolor en la cabeza cuando terminé mi trabajo. Estaba tan ocupada que ni siquiera tuve tiempo de comer ese día.
Tiempo después, sentí náuseas y tenía problemas para dormir.
Unos días después, leí un artículo sobre la cafeína. Según el artículo, cuando los adictos a la cafeína dejan de tomarla, experimentan síntomas como dolor de cabeza, fatiga y náuseas.
Pensé que el dolor que sentí unos días atrás, probablemente se debía a que no había bebido café. Así que intencionalmente dejé de beber café todo el día.
Cuando llegó la noche, el dolor de cabeza comenzó a afligirme.
Me di cuenta de que dependía demasiado del café hasta el punto de enfrentar problemas si no había café en mi vida diaria.
Solo entonces decidí dejar mi hábito diario de tomar café.
Si tiene adicción a algo o no, se determina según cuánto control tenga sobre esto, no según la frecuencia con que lo haga.
Una vez escuché a alguien decir que si uno sigue apegándose a sus malos hábitos porque no le causan inconvenientes en ese momento, pueden convertirse en adicciones.
Es bueno tener cuidado de antemano para que un mal hábito no se instale en su vida.
Lo mismo ocurre en nuestra vida de fe.
Necesitamos reflexionar sobre nosotros mismos para ver si nos ceñimos a un hábito porque no se nota mucho, aunque sepamos que no es bueno para el alma.
Si mis hábitos, aunque triviales, se convierten en obstáculos para mi fe, los arreglaré y romperé uno tras otro.
Entonces renaceré con suficiente belleza como para estar sin mancha y sin culpa ante Dios.
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