Solía juzgar a los hermanos y hermanas de Sion según mis propias normas y señalar sus errores y faltas. Pero me quedé sin aliento al leer el siguiente versículo.
“¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mt. 7:3)
¡Qué decepcionado debe de haber estado Dios al verme siempre señalando las faltas y errores de mis hermanos y hermanas, habiendo olvidado los graves pecados que había cometido contra Dios en el cielo! Estoy tan avergonzado que no puedo levantar la cabeza. De ahora en adelante, consideraré preciosos a mis hermanos y hermanas con el amor de la Madre celestial. Realmente doy gracias al Padre y a la Madre celestiales por ser pacientes conmigo durante tanto tiempo hasta que me diera cuenta, en lugar de reprenderme por ser arrogante.