Mi hijo de primaria, apasionado por el béisbol, me pidió que le comprara un uniforme y un juego completo de equipo. Le propuse un trato: si cumplía con lo que yo le pedía, se lo compraría. Mi hijo prometió memorizar las tablas de multiplicar, que era su tarea de vacaciones, antes del inicio del nuevo semestre. Ya había preparado el equipo, lista para dárselo tan pronto cumpliera su promesa. Sin embargo, cuando se acercaba el inicio de clases, aún no había memorizado las tablas. Aunque estaba deseosa de darle el regalo lo más pronto posible, me apenó ver que no había hecho el esfuerzo necesario. Pensé entonces: ¿cuántos regalos habrá preparado Dios para mí que aún no he recibido, simplemente porque no me he esforzado lo suficiente? Arrepentida de haber buscado bendiciones sin obedecer plenamente su palabra en el pasado, prometo ponerla en práctica con todo mi corazón, incluso en lo más pequeño que Dios me encomiende.