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El Evangelio del Reino en Todo el Mundo

En Lambaréné, donde la puerta del evangelio se ha abierto de par en par

2019.0567
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  • ¡El camino desde Libreville, capital de Gabón, hasta la pequeña ciudad occidental de Lambaréné! Después de conducir durante cinco horas por un camino accidentado y sin pavimentar en varias partes, llegamos a la ciudad y vimos casas a ambos lados de la carretera y personas caminando frente a ellas. “Prediquemos la verdad a tantas personas como sea posible. Salvemos al menos un alma más antes de regresar.” El corazón de todos ardía con pasión.

    Nuestra misión de corto plazo a Gabón, un país distante de Corea, fue una experiencia verdaderamente valiosa. La gente en Lambaréné amaba las palabras de la Biblia. Pensamos que serían cautelosos con nosotros porque éramos asiáticos desconocidos para ellos, pero nueve de cada diez personas nos recibían, diciendo: “Adelante”, cuando decíamos que queríamos compartir las palabras de Dios. Con una pareja de ancianos que conocimos en un pueblo llamado Abongo sucedió lo mismo. Escucharon nuestra predicación unas dos horas.

    En los siguientes cuatro días, continuaron estudiando la verdad.

    El anciano esposo, cuyo nombre es Mathias, recibió la verdad primero y dijo con alegría: “Ahora siento que tengo libertad”. Nos sentimos conmovidos y abrumados. Así como Ezequías que quitó todos los ídolos del templo cuando sus ojos espirituales se abrieron después de celebrar la Pascua, Mathias se deshizo de todos los ídolos que llenaban su casa sin dudarlo. Su esposa y su hija también recibieron la bendición de ser hijas de Dios.

    Pudimos entender claramente por qué Dios nos envió a Gabón entre tantos países. Era porque los miembros de la familia celestial esperaban desesperadamente el agua de la vida allí. En cada casa a la que íbamos, encontrábamos personas que nunca habían oído la verdad de la salvación; y cuando predicábamos el evangelio en una casa, toda la familia y los vecinos se reunían a nuestro alrededor.

    “Si hubiera una Sion aquí, más personas podrían liberarse de la sed espiritual…”

    Predicando con todo nuestro corazón, aunque nuestro francés era deficiente, la misión de corto plazo se sintió corta.

    Cuando los hermanos y hermanas nuevos se enteraron de que aún no había lugar para rendir culto, estuvieron dispuestos a ofrecer sus casas como lugares de culto. Se sentía mucha gracia al ver cuánto intentaban servir a Dios de forma adecuada: se vestían pulcramente y cubrían las mesas con telas bordadas. Más hermanos y hermanas de los que esperábamos vinieron a los cultos de la tarde y la noche, así que tuvimos que conseguir más sillas. Aunque era un ambiente pobre, estábamos agradecidos de estar con la familia celestial en África.

    Un día, visitamos a alguien que debía reunirse con nosotros, pero nadie estaba en casa. Tratamos de predicar en los alrededores, pero no fue fácil encontrar personas. Finalmente conocimos a alguien, pero se negó a escuchar las palabras, diciendo que no era cristiano.

    En lugar de sentirnos decepcionados, le preguntamos si sabía dónde podíamos encontrar cristianos y señaló un sendero en el denso bosque. Parecía que no había ninguna casa.

    El camino era estrecho, para que pasara una sola persona. Caminamos unos cinco minutos. Sorprendentemente, había un pequeño pueblo al final del bosque que estaba lleno de árboles de plátano. Conocimos a una mujer llamada Mireille en la primera casa. Ese día, le predicamos a ella y a sus cuatro hijos durante horas.

    Al día siguiente, volvimos a visitarla, pero ninguno de los hermanos y hermanas que fueron allí hablaba francés con fluidez, lo cual nos hizo angustiarnos todo el tiempo que le predicamos. Durante el estudio, le preguntamos: “¿Se entiende bien nuestro francés?”, entonces se echó a reír y dijo: “No, pero puedo entender”. Estábamos avergonzados y apenados, pero la elevada barrera del idioma no pudo detener nuestro entusiasmo de salvar su alma.

    Le preguntamos: “¿Le gustaría recibir el nombre nuevo de Jesús?”, y respondió: “Bien sûr!” (por supuesto).

    La hermana Mireille, que estaba ansiosa por convertirse en hija de Dios, renació como miembro de la familia celestial ese día, y también lo hicieron los otros cinco miembros de la familia, incluyendo sus hijos y su nieto. Estábamos tan emocionados de encontrar a los miembros de nuestra familia perdida en los densos bosques del continente africano, que no podíamos dejar de entonar cánticos nuevos en nuestro camino de regreso a nuestro alojamiento.

    No queríamos regresar a Corea, dejando solos a todos estos preciosos hermanos y hermanas. Terminando nuestra predicación de corto plazo allí, regresamos a Libreville y extendimos nuestra misión de corto plazo para dirigirnos de regreso a Lambaréné. Los hermanos y hermanas, que no tenían idea de que volveríamos, se alegraron al vernos regresar. Éramos extraños de Asia, a quienes conocieron solo dos semanas, pero nos dieron la bienvenida, diciéndonos: “Pensamos en ustedes todos los días. ¡Los extrañamos!”. Pudimos sentir que en verdad somos miembros de la familia celestial.

    Visitamos a los hermanos y hermanas con diligencia y compartimos el alimento de vida. Había una hermana en la que no podíamos dejar de pensar. Era la hermana Marva. Después de escuchar la verdad, recibió una nueva vida con gran alegría, pero nos dijo que pronto se iría de Abongo debido a problemas familiares. Cuando regresamos allí, no había manera de
    encontrarla. Nadie en el pueblo sabía adónde había ido.

    Estábamos ansiosos por ella, pero luego conocimos el pueblo adonde se había mudado y el nombre de su tía. Empleando dos horas de tiempo libre después del almuerzo, salimos a buscarla. Cuando llegamos a la aldea, deambulamos por un tiempo, preguntando a mucha gente dónde encontrarla, y finalmente la ubicamos en la ribera de un río, donde bañaba a sus hijos.

    Nos alegramos de verla, y después de calmarnos, nos llevó a su casa. Junto a su cama, tenía el libro del sermón y la Biblia que le dimos. “Miren, he leído la Biblia y oro todos los días”, dijo la hermana, mostrándonos su velo. Luego, comprendimos una vez más que Dios nos había enviado allí porque había almas que anhelaban la verdad, como ella.

    Volvimos a Libreville, después de terminar la segunda misión de corto plazo que fue mucho más significativa. El Día de Reposo, hablamos por teléfono con la hermana Marva cuando una de las hermanas de la Sion de Libreville nos preguntó dónde vivía. Le dijimos que vivía en Abongo, Lambaréné. Entonces la hermana se sorprendió y dijo: “¡Ella es mi prima!”.

    Ella nos agradeció con lágrimas por las buenas nuevas de salvación que su prima había recibido; en realidad, siempre se sintió mal por ella, porque atravesaba una vida difícil, después de perder a sus padres cuando era niña. Derramamos lágrimas con ella, sintiéndonos muy agradecidos con Dios por permitirnos encontrar a nuestra familia celestial perdida.

    A través de esta misión de corto plazo, comprendimos muchas cosas: cuánto gozo podemos obtener siguiendo el mandamiento de Dios de “predicar en Samaria y hasta lo último de la tierra”, qué bendiciones invaluables están preparadas para nosotros en el camino que debemos seguir, y cuánto amor recibimos, aunque somos pecadores que vinieron a esta tierra después de pecar. Esta misión de corto plazo fue como una brújula espiritual que nos mostró qué dirección debemos tomar como hijos celestiales.

    Sin olvidar la inspiración y el entendimiento que hemos recibido, correremos nuevamente al este y al oeste, porque allí están nuestros hermanos y hermanas que están sufriendo de sed espiritual sin conocer la verdad en otras ciudades y países. Esperamos ansiosamente que este camino que Dios recorrió primero, se convierta en un camino de flores que nos guíe al cielo no solo a nosotros sino también a los miembros de nuestra familia celestial.
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