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Entendimiento

Mi alegría y el dolor de la Madre

2021.03211
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  • El lupus es una enfermedad autoinmune que hace que el cuerpo ataque sus propios órganos, confundiéndolos con patógenos dañinos, debido a que el sistema inmunitario ha perdido su capacidad de diferenciar. El cuerpo experimenta una serie de momentos llamados brotes cuando la enfermedad está más activa en el cuerpo, y remisión cuando el cuerpo entra en un estado de calma. Es una enfermedad que imita a otras, por lo que a veces se le llama El gran imitador y pueden pasar más de cinco años antes de que se diagnostique correctamente.

    A mi madre le diagnosticaron lupus cuando yo tenía cinco años, pero durante muchos años después de su diagnóstico, no noté ningún cambio importante en nuestra vida. Hacíamos largos paseos en bicicleta juntas por todo nuestro vecindario en el día, y por la noche se quedaba en la cocina durante horas, enseñándome a preparar comidas deliciosas. Una de mis comidas favoritas eran los espaguetis con salsa de carne, y ella siempre los hacía como a mí me gustaban.

    A medida que pasaban los años y me hacía mayor, comencé a notar el efecto que el lupus estaba teniendo en su cuerpo. Lamentablemente, mi madre falleció cuando yo tenía diecisiete años, después de haber sucumbido al golpe que la enfermedad y la medicación habían provocado en su cuerpo durante tanto tiempo. Varios años después, a la edad de veinticinco, a mí también me diagnosticaron lupus. Comencé a experimentar algunos de los síntomas que recuerdo vagamente que experimentó mi madre.

    Pero al principio no pude entender cómo pudo lidiar con ellos. Exponerse al sol en un día caluroso aunque sea solo un rato, puede ser extremadamente perjudicial para la salud de una persona con lupus, y hasta puede causar brotes. Ciertos alimentos como los pimientos y la salsa roja también pueden empeorar las respuestas inflamatorias del cuerpo. Cuando experimenté esto yo misma, al menos un instante, sentí que ni siquiera podía poner una sonrisa en mi rostro. En ese momento, llegué a pensar en los largos paseos en bicicleta que mi madre hacía conmigo cuando era niña. Debe de haberle quemado la piel, y ella también debe de haber estado hinchada y con ampollas por todas partes. Pensé en cuánto dolor e inflamación debe de haber sufrido por la noche, mientras yo me acostaba con la barriga llena tras disfrutar de un delicioso plato de espaguetis.

    Debido al amor que me tenía, se puso voluntariamente en situaciones que sabía que le causarían dolor simplemente porque sabía que me haría sonreír. Ya que era hija única, era todo para ella; para ella era mejor sufrir que verme triste. Aunque mi madre sufría, nunca lo demostró ni me culpó por su dolor.

    Además de los obstáculos que enfrentó por su salud, el ambiente que nos rodeaba no era favorable. Sin embargo, nunca lo noté porque mi madre se veía muy brillante y feliz. Ella hizo de un ambiente desfavorable un paraíso para mí. Yo era físicamente inmadura, así que no me di cuenta del sufrimiento de mi madre, y seguía quitándole todo. Cuando su cuerpo físico mostró los signos de su sufrimiento, ya era demasiado tarde para servirla. Solo después de experimentar un poco del dolor que ella sintió, pude comprender plenamente cuánto me había amado.

    Lo mismo ocurre con la Madre celestial. Aunque está sufriendo porque tiene que llevar la ropa de espinas de mis numerosos pecados que se le han impuesto, sigue sonriendo y nunca me muestra su dolor. La Madre se puso voluntariamente en la peor situación y descendió a esta tierra, dejando atrás el trono celestial. Gracias a la Madre, esta desfavorable ciudad de refugio puede tener una luz brillante y tengo la oportunidad de ser feliz en un lugar sin felicidad. La Madre me considera como su todo, y me ama de la manera en que necesito ser amada para llevarme al reino de los cielos.

    A través de mi situación, tengo la oportunidad de comprender el dolor de la Madre celestial, aunque sea un poco; sin embargo, hasta ahora solo me he quejado y me he excusado. Ahora entiendo que debo parecerme a la Madre sonriendo y animando a los demás en todo momento, pensando primero en su dolor.

    Madre celestial, gracias por no renunciar a esta hija inmadura. A partir de ahora, oraré para que Dios me haga una hija madura que pueda aligerar la carga de pecados que la Madre carga por nosotros, y que pueda cuidar de sus hijos con una sonrisa en cualquier circunstancia. Oro para poder aprender a apreciar aún más el amor y el sacrificio del Padre y la Madre celestiales.
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