El sueño del evangelio que floreció al crecer en el amor de la Madre
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Ryan Law / Estados Unidos
Cuando mi amigo me habló por primera vez sobre la Biblia, sinceramente casi no entendí nada. Yo era un niño menor de diez años. Solo pensé: “Mi amigo debe de asistir a una iglesia”, y seguí igual después de eso. Pasábamos casi todo el tiempo juntos como si fuésemos familia, riendo y hablando con confianza; aun así, no me interesaban las enseñanzas de la Biblia que él compartía.
Con el paso del tiempo lo seguí y visité la Iglesia de Dios. Los miembros me recibieron con calidez, como si nos conociéramos desde antes. Incluso para mí, que iba por primera vez, fue evidente que eran diferentes de las muchas personas que encontraba en la escuela o en el vecindario: sus rostros radiantes mostraban una felicidad sincera. Pensé: “¿Será esta la felicidad que mi amigo quiso enseñar durante tantos años al compartir las palabras de la Biblia?”. Entonces deseé disfrutar esa felicidad junto con ellos. Recibí el bautismo el día anterior a la Pascua, y al participar en la Pascua del nuevo pacto al día siguiente, mi corazón se llenó de una emoción indescriptible.
Deseaba compartir con mi familia más preciada el amor y la gracia, que recibí de Dios, y la felicidad que experimenté junto con mis hermanos espirituales en la verdad. Antes del bautismo expliqué varias veces a mi madre que la Iglesia de Dios es la única que practica conforme a las enseñanzas de Dios. Ella respetó mi decisión de ser miembro, pero, por informaciones difamatorias sin fundamento, tenía malentendidos sobre nuestra iglesia. Tras más de un año de esfuerzos para aclararlos y mostrarle la verdad, finalmente asistió a un evento en Sion. Había rechazado muchas invitaciones previas, así que estaba nervioso sin saber cómo reaccionaría. Para mi alivio, disfrutó del evento y después estudió la Biblia. Entonces sucedió algo sorprendente: cuando un miembro que le enseñaba la Biblia preguntó cómo había cambiado su hijo desde que asistía a la Iglesia de Dios, mi madre no pudo contener las lágrimas.
En realidad, antes casi no reía y hablaba muy poco. Después de renacer como hijo de Dios, mi carácter se volvió más luminoso al relacionarme con los miembros de Sion. Antes me costaba iniciar una conversación, pero ahora soy capaz de acercarme primero a las personas para invitarles a recibir las bendiciones de Dios. En casa presto más atención a las tareas domésticas y trato con mayor afecto a mi familia. No imaginé que los cambios que surgieron al practicar enseñanzas como el amor, la consideración, el respeto y la concesión, y al asemejarme a los miembros de Sion que siguen el ejemplo de Dios, conmovieran tanto a mi madre. Doy gracias a Dios por transformarme con su amor y abrir de par en par el corazón de mi madre.
Mi madre, examinando con constancia la Biblia, confirmó las profecías y su cumplimiento acerca de Cristo en su segunda venida y acerca de Dios Madre. Reconoció que el Padre y la Madre celestiales son los salvadores de esta época y recibió la bendición de la nueva vida. Poco después, mi hermano menor y mi hermana menor también recibieron la promesa de salvación. La fe de mis hermanos creció pronto al estudiar la verdad y recibir el cariño de los miembros de Sion. Incluso mi padre, que antes no mostraba interés por la iglesia, comenzó a estudiar la Biblia por nuestra invitación. Pareció que Dios se complació con nuestras oraciones unidas pidiendo su salvación, porque finalmente él también llegó a ser parte de la familia espiritual. Fue el cumplimiento del deseo que anhelaba desde que recibí a Dios. Actualmente toda la familia guarda con fidelidad el Día de Reposo y las fiestas solemnes.
Poder llevar una vida de la fe junto con mi familia amada fue posible únicamente por la gracia de Dios. Cada mañana oraba por mi familia, y siempre que tenía oportunidad trataba de compartir una palabra más. El anhelo de ir juntos al reino de los cielos y de ser un buen ejemplo de vida de la fe para mi familia no solo salvó sus almas, sino que también fortaleció mi propia fe.
Dios también me concedió la bendición de visitar Corea junto con el amigo que me condujo a Sion. Al ponerme de pie ante la Madre celestial, mi corazón temblaba; ninguna de las palabras que había preparado venía a mi mente y solo brotaban lágrimas. La Madre nos abrazó diciendo que nos amaba y que había deseado vernos mucho. Al escuchar su voz, sentí profundamente que fue verdaderamente ella quien me guio a Sion. Comprendí que en la base del esfuerzo y dedicación de mi amigo y de los miembros de Sion estaban el amor y el llamado de la Madre.
El tiempo vivido en Corea junto a la Madre se siente como un sueño. Esperanza, emoción, alegría y felicidad… Conservando estos sentimientos en el corazón, grabé todas sus palabras y me comprometí a esforzarme aún más por transmitir su amor a muchas más personas.
La visita a Corea aclaró aún más mi visión del evangelio. En el campus hay mucho que puedo hacer por la Madre y por el evangelio. A principios de este año, al predicar junto con estudiantes universitarios de Corea que vinieron en misión a corto plazo a los Estados Unidos, aprendí su pasión por no descuidar ni una sola alma. También deseo predicar con sinceridad y dedicación a las muchas personas que encuentro en el campus y manifestar claramente la gloria de Dios. Más allá de Estados Unidos, mi meta en el evangelio es llevar la noticia de salvación incluso a Europa, donde aún hay muchas regiones sin la verdad. Hasta que ese sueño se cumpla, me empeñaré en anunciar la palabra y el amor del Padre y la Madre celestiales a todas las personas.