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El Evangelio del Reino en Todo el Mundo

El amor hacia la Madre se une como uno solo

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  • El verano pasado, en medio del intenso calor, Dios me regaló las mejores vacaciones: la oportunidad de participar en una misión de corto plazo en Lucena, en la provincia de Quezón, Filipinas.

    Lucena está ubicada a unas tres horas por carretera desde Manila, la capital. Al salir del aeropuerto para tomar el vehículo, una brisa fresca, causada por un tifón que pasaba por Filipinas, nos recibió suavemente. Los miembros de Sion de Lucena que vinieron a saludarnos comentaron sorprendidos que hasta el día anterior hacía un calor extremo, pero que el clima cambió por completo en un solo día. Desde el inicio sentí que Dios estaba guiando nuestro viaje, y mi corazón se llenó de emoción.

    La incomodidad de ver por primera vez a los miembros locales desapareció rápidamente. Tal vez fue porque, antes de partir, habíamos orado juntos por el mismo propósito y compartíamos un mismo corazón. Unidos con el objetivo de encontrar a cien miembros celestiales que serían pilares firmes en Sion de Lucena y de dar alegría a nuestra Madre celestial, comenzamos la misión con pasos llenos de entusiasmo.

    Las personas en Filipinas suelen tener fe en Dios, por lo que esperábamos encontrar a muchos interesados en la verdad. Sin embargo, la realidad fue distinta: la mayoría rechazaba escuchar las palabras alegando estar ocupada. Aun así, consideramos esta situación inesperada como una oportunidad para depender aún más de Dios, y oramos fervientemente para que se abrieran las puertas de la predicación.

    Poco después, el poder de la oración comenzó a manifestarse. Aunque no fue fácil lograr que las personas escucharan la palabra por primera vez, la reacción de quienes la oyeron fue completamente diferente. El impacto que recibían al comprender la voluntad de Dios se transmitía directamente a nosotros, despertando un deseo aún más ardiente de predicar el evangelio a muchas más almas sin demora.

    Durante el viaje de predicación a las regiones cercanas, pude sentir, con todo mi ser, cuán gozosa y feliz es la obra del evangelio cuando se realiza junto con los hermanos. La isla de Marinduque, donde se encuentra una iglesia sucursal, estaba a tres horas en barco, por lo que debíamos levantarnos a las tres de la madrugada. Aunque casi no dormimos, no sentíamos cansancio alguno. Los miembros que venían desde una iglesia presucursal cercana para unirse a la predicación habían dormido menos de dos horas, pero no mostraban señales de agotamiento; al contrario, nos llenaban de fuerza y ánimo.

    Lo más importante vino después. Aunque deseábamos explicar más profundamente la verdad del nuevo pacto y transmitir plenamente el amor de Dios contenido en ella, era difícil comunicarnos solo en inglés. Las conversaciones profundas solo eran posibles en filipino, por lo que necesitábamos la ayuda de los miembros locales. Cuando alguien visitaba Sion para estudiar la palabra, los miembros locales, con sorprendente claridad y precisión, utilizaban la espada de la palabra para discernir lo verdadero de lo falso. Dios Madre, la Pascua, el bautismo y el nombre nuevo de Jesús… En sus voces, que brillaban con la luz de la verdad más allá de la barrera del idioma, se percibía una firme convicción.

    Nuestro equipo misionero se dedicó a apoyar para que los estudios bíblicos se realizaran sin dificultad. Todos recibíamos con alegría a quienes visitaban Sion, ofreciéndoles agua fresca y acercándoles ventiladores. Al despedirlos, les dábamos un “We love you” lleno de sinceridad. Gracias a esta unión y dedicación, Dios Madre añadió más gracia aún: tanto quienes predicaban como quienes escuchaban estaban llenos de la inspiración del Espíritu Santo, y muchos más miembros celestiales regresaron a los brazos de Dios.

    El hermano Ariel, quien había sido católico durante mucho tiempo, no podía asistir a la iglesia debido a su trabajo. Pero después de escuchar la verdad, aceptó a Dios Madre y dijo primero que quería guardar la Pascua; poco después se convirtió en hijo de Dios. Mientras estudiaba la Biblia, confirmó que el Día de Reposo es el sábado y cayó en preocupación, pues su trabajo le dificultaba asistir al culto. Aun así, deseoso de guardar los mandamientos de Dios, aunque tuviera que cambiar su horario, decidió actuar. Finalmente, guardó el Día de Reposo llegando una hora antes del culto.

    La hermana Jophie recibió el bautismo después de esperar una hora, en medio de una larga fila de bautismos consecutivos. Tras confirmar las profecías y su cumplimiento acerca de Cristo en su segunda venida, reconoció la verdad y guardó el Día de Reposo con santidad. Dos días después, una hermana de la región de Dalayacan recibió la nueva vida junto a sus hijos; resultó ser la hermana mayor de la hermana Jophie. Fue asombroso y agradecimos profundamente que Dios guiara a dos hermanas que vivían en regiones distintas al mismo camino de salvación.

    Además de ellos, encontramos a más de cien nuevos miembros del cielo: familias que recibieron el bautismo en horas muy tardes al comprender la palabra, dos amigas íntimas que se convirtieron en hermanas espirituales, y un hermano que, al entender la importancia del Día de Reposo, asistió al culto incluso después de trabajar toda la noche.

    Bajo una cascada de bendiciones, alimentar continuamente a estas almas con el pan de la palabra también era una tarea esencial. Cada año, muchos hermanos regresan a los brazos de Dios en Sion de Lucena; sin embargo, había pocos miembros capaces de cuidar a todos ellos, por lo que una sola persona debía encargarse de múltiples responsabilidades. Los miembros que administraban la iglesia presucursal, a pesar de tener muchos trabajos, dedicaban todo el tiempo restante a cuidar a los hermanos y a predicar. Los miembros de Sion de Lucena no solo cuidaban a sus propios frutos, sino también a los frutos del equipo misionero, visitando constantemente diferentes lugares y enseñando la palabra sin descanso.

    En un entorno donde muchos buscan a Dios pero pocos siguen su voluntad correctamente, me preocupaba que los miembros pudieran sentirse solos. Pero fue un temor infundado. Durante toda la misión, los miembros mostraban únicamente amor y alegría hacia Dios Madre. Las gotas de sudor derramadas para salvar a una sola alma y los ojos llenos de convicción mientras predicaban la palabra brillaban más radiantes que cualquier luz. Cada uno de los miembros irradiaba la luz del amor de Dios Madre, y esa luz, unida como una sola, iluminaba por completo Lucena.

    Al ver a los miembros realizar con alegría todo trabajo dentro de Sion para Dios Madre, aprendí cómo se logra la verdadera unión. A la vez, reflexioné sobre si realmente había agradecido por la bendición de usar el tiempo, que Dios me dio, para su obra. Sin olvidar el valor de la misión encomendada aun en los momentos agotadores y difíciles, siempre recordaré que esforzarme por salvar almas, con un corazón que ama a la familia celestial, es la verdadera unión y fuerza que completa la evangelización mundial.

    Doy infinita gratitud y gloria a Dios Elohim por permitirme reflejar la luz del amor de Dios Madre y encontrar a los miembros perdidos del cielo en medio de la oscuridad donde es difícil discernir la verdad de la falsedad. Anhelo que los miembros de Sion de Lucena sean los protagonistas del evangelio, brillando más intensamente y difundiendo la verdad aún más lejos.
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