Hay una maceta frente a mi Sion. La maceta era más grande que las demás, así que tuve que llevarla afuera. En este país insular, un fuerte calor quema plantas y flores. Independientemente de la especie, las flores muestran su belleza temporalmente y pronto se marchitan; al final solo queda tierra en las macetas.
Un día, un miembro sembró semillas que crecen bien a pesar del calor del sol. Con la esperanza de que las flores pronto florecieran, otros miembros también las regaron. Luego, un par de meses después, brotaron una por una y echaron hojas y capullos.
Luego hubo una fuerte ola de calor. Hacía calor dentro del edificio, así que salí a revisar la temperatura. Para mi sorpresa, las plantas se estaban marchitando. Me decepcionó que murieran repentinamente aunque habían estado creciendo bien. Vertí en la maceta el agua de la jarra que llevaba en las manos.
El agua que vertí deprisa debe de haber alcanzado solo la mitad de las plantas. Al día siguiente descubrí que la mitad de ellas habían vuelto a la vida y que la otra mitad se había marchitado. Al ver eso, un miembro dijo:
—Se parece a nosotros.
—¿Por qué?
—Siento que mi fe se debilita cuando me falta la palabra de Dios en mi corazón, como las plantas marchitas en esa maceta.
Está en nuestra naturaleza que busquemos agua cuando tenemos sed. Me di cuenta de que hubo muchas dificultades y sufrimientos porque traté de calmar mi sed espiritual a mi manera, en lugar de buscar la palabra de Dios, el agua de vida para mi alma. Al ver las plantas florecer después de darles mucha agua, una vez más me di cuenta de que las flores seguramente necesitan agua para brotar.
Es solo el agua de la vida la que puede salvar a las almas marchitas, así como el agua es la forma de revivir las flores moribundas. Con alegría caminaré por el camino restante de la fe, alimentándome de muchas palabras de Dios todos los días.