Hay una casa con la que mi padre soñó toda su vida.
La casa, de la que mi padre me habló desde mi infancia, era un lugar tranquilo con un riachuelo y pájaros cantando; es el tipo de casa donde una familia amorosa puede vivir feliz, junto con un amplio huerto.
Estoy viviendo en Brasil, y recibí una llamada de mi padre hace unos días. Me
dijo que finalmente consiguió una casa. Me contó que hay granjas y pequeños arroyos cerca de la casa en un pueblo tranquilo con un amplio patio para un huerto. Era el tipo de casa que mi padre había soñado toda su vida.
Era algo para celebrar, pero no pude contener las lágrimas.
Mi padre nunca en su vida tuvo algo propio. Pasó su infancia en tiempos de guerra y no pudo recibir una educación decente; pasó toda su vida en apuros. Sintiéndose responsable por su familia, se sacrificó mucho y, sin embargo, siempre fue tolerante con nosotros, sus tres hijos.
Mi padre tiene más de setenta años. Se ha vuelto viejo con su cabello gris y solo
puede oír con un audífono. Como sufre de la enfermedad de Parkinson, los músculos
de sus piernas se han debilitado. A menudo se cae y se rompe los huesos, ya que no puede soportar su cuerpo. Aunque trabajó duro toda su vida, ni siquiera puede moverse adecuadamente debido a la enfermedad, pero me dijo: “¡Hijo, finalmente he llegado a vivir en la casa de mis sueños!”. Me rompió el corazón.
Le respondí: “Padre, nunca le he dicho esto durante cuarenta y dos años, pero
¡lo amo!”. Después de escuchar mi confesión de amor por primera vez en su vida, derramó lágrimas.
Estoy seguro de que Dios también debe de estar haciendo una casa para que
nosotros moremos en el reino de los cielos. Realmente quiero volver a nuestro hogar eterno con mi padre.